Hola jefe,
Cuánto tiempo sin escribirte y cuántas ganas tenía de hacerlo. Recuerdo que
poco después de irte, uno de los momentos más terribles del día era enfrentarme
cada mañana al momento de abrir el correo y no encontrar ni un solo mail tuyo
al que poder responderte... Así que hoy, las ganas de contarte cosas me pueden
más que el sentido común y he decidido escribirte, aun sabiendo que nunca
recibiré respuesta.
Hace un año ya que te fuiste, no sé muy bien a dónde, pero un año ya que no
estás aquí. Hace un año fue mucha la gente que me dijo cosas como “ahora le
echarás mucho de menos, pero el tiempo lo cura todo”. Hoy, un año después, me
dan ganas de buscarles a todos y pedirles el libro de reclamaciones. No negaré
que es cierto que el dolor insoportable de los primeros días se fue, y que
ahora soy hasta capaz – casi siempre - de hablar de ti sin llorar, pero de ahí
a que “se haya curado todo” hay un mundo, y yo- y muchas más personas- seguimos
echándote de menos casi tanto como el primer día.
Si pudieras leer esto, te contaría, por ejemplo, que al poco tiempo de irte
compramos una Nespresso entre varias personas del Servicio (sí, eso que tú
siempre decías que “tendríamos que hacer algún día”) y la pusimos en tu
despacho, que ahora siempre huele a café. Te contaría también cuántos homenajes
te hemos hecho, desde actos institucionales, a obituarios, blogs, monografías,
paellas... Y tú seguramente sonreirías y repetirías lo que me dijiste pocos
días antes de irte “No hay como morirse para que hablen bien de uno”.
Me gustaría también contarte cosas sobre el SAMI, sobre tu SAMI, y sobre
todo lo que ha pasado este último año en la Agencia. Seguramente lo primero que
te diría es que estarías orgulloso de tu equipo, lo segundo que –como te
prometí- he luchado con todas mis fuerzas por cuidar de todo aquello que te
importaba, y después te contaría muchas cosas más sobre cómo es la Agencia sin
ti, pero eso daría para unas 500 cartas más...
Conociéndote, sé que también querrías que te contara cosas “que no fueran de
trabajo”, de esas que me preguntabas siempre al final de las reuniones, o
durante los vuelos hacia algún congreso. Por contarte algo, te
contaría que estoy aprendiendo a tocar la guitarra, y que -aunque mal- ya me
atrevo con Dancing in the Dark (y sé que si estuvieras aquí me dirías
“Bueno, eso habrá que verlo”, y no pararías de darme la lata hasta que un día,
solo por no escucharte más, te hiciera
una demostración). Seguramente te contaría también cómo fueron mis últimas
vacaciones en África, te hablaría de los espectaculares atardeceres en la
sabana africana o de la elegante manera de andar de las jirafas (y tú, tras
escuchar atentamente acabarías diciéndome algo como “sí, tiene que ser
bonito... aunque como en Llucena no se está en ninguna parte”).
Querría contarte tantas cosas –un año da para mucho-, pero
sé que algunas de las cosas que han pasado no te gustarían nada, y que muchas
seguramente te indignarían, así que decidiría callármelas y acabar diciéndote
que no te preocupes, que estoy bien, que ha sido un año complicado pero también
un año en el que he aprendido mucho, y que ahora incluso veo la vida de manera
algo más clara. Llegados a este punto me dirías que la cosa se está poniendo
demasiado profunda... y tendrías razón!
En fin jefe, qué decirte, si hay algo que tengo claro a día de hoy es que
“el tiempo no lo cura todo”, pero ¿sabes qué? si que la herida se cure pasa por
olvidarte, entonces me alegro de que la herida siga ahí.
Mª José